EL RINCÓN DEL AUTOR

La crítica sesuda y entusiasta de Eduardo Zamacois a la obra de Julio Romero de Torres

Eduardo Zamacois en una imagen de 1931 en Córdoba y una carta suya manuscrita
photo_camera Eduardo Zamacois en una imagen de 1931 en Córdoba y una carta suya manuscrita

Eustaquio, Rafaé y un servidor (Garlo) estuvimos ayer visitando el Museo de Bellas Artes, el C3A y el Museo de Julio Romero de Torres, almorzamos en una taberna histórica de Córdoba, y durante la sobremesa fueron apareciendo asuntos relativos a la restauración de las pinturas de Julio, al contexto histórico vivido, y a las mujeres retratadas. Acompañamos a Eustaquio hasta su casa en plena Judería cordobesa, mientras paseaba hasta mi casa, solamente recordaba un nombre, el de la actriz María Esparza. Tanto, que al estar delante del ordenador inicié esta investigación en la que estoy navegando desde hace días, y aquí en el 'Rincón del Autor', del periódico digital Córdoba Hoy, os quiero contar.

Seguramente muy pocas personas hayan leído estos documentos, o estén publicados en alguna monografía sobre nuestro pintor laureado Julio Romero de Torres, yo ahora voy a transcribir para el gusto literario y fervor religioso como devoto artístico que me considero. Antes de continuar, os informo que sigo escribiendo el II Volumen 'Diario del Arte', y esta documentación irá integrada en él mismo. Así aquellas personas lectoras pueden saber la trama que planteo adquiriendo la novela, en edición auto-publicada, cuando gusten; en el Rincón del Autor se han publicado algunos 'trozos' de capítulos.

Continuemos, hoy 28 de junio del año 2024, Día del Orgullo, procedemos a transcribir lo encontrado ayer en la Hemeroteca Digital, en el periódico Díario de Córdoba, año 1915. Ayer la emoción a borbotones llegó al leer este artículo sobre Julio Romero de Torres, escrito por Eduardo Zamacois.

"He visto a Romero de Torres en el Museo de Pinturas. El insigne autor de 'La musa gitana' ha nacido allí y allí vive. El Museo, instalado en la que fue iglesia del desaparecido hospital de la Caridad, es un antiguo edificio lleno de recogimiento, de silencio y de plácida melancolía. Es cordial y es triste, a la vez; como si las religiosas que sirvieron en él le hubiesen infundido su dulzura; como si las legiones de enfermos que padecieron y murieron entre sus muros le hubiesen contaminado su dolor. Se cruza un viejo patio, donde bisbisea una fuente; se sube unos peldaños, tendidos bajo un arco, y se llega a otro patio, cubierto de verdina, impregnado de olvido y de paz. Allí, separado del mundo por las espesísimas paredes del silencio, tiene Romero de Torres su estudio.

"Encuentro al artista pintando. Es alto, ágil, recio, y la brevedad del espacio que separa la nariz del mentón da a su perfil una gran energía. Puede decirse que los labios no existen. En su cabeza, bronceada por el sol, lo que no es frente es barbilla; o, en otros términos, lo que no es inspiración y pensamiento es voluntad.

"La obra de Romero de Torres es intensa, y de una severidad de color y de una sencillez genuinamente clásicas. Los fondos son tranquilos, y su simplicidad italiana acrecienta el vigor palpitante, la extraordinaria emoción de vida de las figuras. El autor de 'Las dos sendas', lienzo admirable que hace dos años conquistaba una primera medalla en Munich, es, sin sospecharlo quizá, un místico; un místico de honda y esclarecida raigambre española.

"Nunca pensó Romero de Torres en ese 'tic' que otros artistas -más literatos que pintores- llaman 'movimiento'. Moverse es dejar un perfil para tomar otro, es la acción con que ligamos el instante que pasa al instante que llega; el segundo fugitivo donde lo pretérito que huye de nosotros y el futuro que se acerca a nosotros se dan la mano; es el tiempo hecho carne...

"Según Romero de Torres, la traducción o expresión de ese dinamismo puede intentarse en las aguafuertes, nunca en los cuadros. El movimiento oscurece las líneas, las desdibuja, las afemina; es imposible detener la luz. De este criterio nace la reciedumbre y grave serenidad de sus figuras: son reposadas, aristocráticas, equilibradas, tranquilas. Su vida es interior; todas aguardan, todas escuchan y nos miran tenazmente, como si esperasen de nosotros una frase. Hablan las manos, nerviosas y señoriales; las manos, que unas veces imploran y otras averiguan y otras parecen crisparse sobre una idea; hablan asímismo los ojos grandes, negros, profundos y espantados.

"Julio Romero de Torres acaba de terminar 'El poema de Córdoba', donde aparecen divididos en 'panós'* los siete momentos culminantes del alma cordobesa. El primero es el Gran Capitán, y representa la conquista. El segundo es Góngora, frondoso y meridional. El tercero es Maimónides, a quien los historiadores de la filosofía llaman 'el Platón hebreo'. Este lienzo contiene al fondo una escena de celos, y en primer término, un retrato de mujer, tan maestro, de una intención tan rotunda, tan dominadora, tan sugestiva, que es imposible mirarlo sin llevárselo en la memoria y acompañarse luego de él en la calle. El 'panó' central es la ofrenda de San Rafael, Patrón de Córdoba. Los "panós" restantes significan: Séneca, la Filosofía; Osio, el misticismo, y Lagartijo, el arte de los toros. Y todos, a cual más, compiten en sobriedad de composición, y elegancia, y severidad de actitudes.

"Otros dos cuadros, que su autor titula 'El pecado' y 'La gracia', acreedores son también a especialísimo elogio. Una misma idea, dividida en dos partes o fases, los informa. Aquél es un motivo de mocedad y paganía; al segundo lo aroma un perfume cristiano.

"Entre el Julio Romero de Torres de ahora, grave, austero, eremítico, acosado por la sed de simplicidad y de idealidad que torturó a 'los primitivos', y el Romero de Torres del cuadro '¡Mira qué bonita era...!', vibrante de impresionismo y de policromía meridionales, ¡qué diferencia!

"Romero de Torres no es pintor verista, ni quiero serlo. La realidad, a su juicio, no merece ser copiada servilmente. Obligación ineludible del verdadero artista -sea literato o pintor- es aderezarla y mejorarla. Nunca lo anodino, y menos lo repugnante o lo grotesco, deben imitarse. El mismo objeto, el mismo paisaje, ofrecen al observador diferentes puntos de vista: examinados de un lado, serán bellos; enfocados de otro modo pueden ser feos. El artista debe buscar el momento estético propicio y corregir lo que la realidad dejó mal acabado. Copiar siempre, como una máquina fotográfica puede hacerlo, es tarea servil, contraria a la dignidad orgullosa del verdadero arte.

"El artista debe añadir a la verdad objetiva, a la verdad que sus ojos conocen, aquella otra verdad bella, reflexiva, que nace de sí mismo. Precisa que su labor sea de selección. Tiene el gastrónomo derecho a elegir los manjares de su mesa; tiene el hombre derecho a designar, entre millares de mujeres, aquélla a quien rendirá su corazón; pues ¿por qué se le negaría al artista la facultad de ocuparse únicamente de lo que, a su juicio, es más hermoso...?

"No; el autor de 'La consagración de la copla' -gran pintor de mujeres- no pintará mujeres vulgares, mujeres despeinadas, mujeres mal vestidas, sino que nos ofrecerá siempre figuras emotivas y gallardas.

"Romero de Torres no tolera que en el cuerpo de sus mujeres haya un solo momento de vulgaridad. Todo ha de decir algo: la cabeza, las manos, la actitud de los brazos, la línea de las caderas, los pies... han de tener una intención, un alma, una elocuencia. El 'fondo' de sus cuadros es una síntesis, una compendiosa abreviatura de cuanto las figuras han sido o llegarán a ser. Puede decirse que los fondos son la memoria de los personajes.

"En cambio, su atención, su esfuerzo, los bríos de su voluntad, se reconcentran en los retratos. Recordándolos, un tropel de semblantes elocuentes acuden al espíritu: es Pastora Imperio, es Adela Carbone, es María Esparza, es la pecadora de Las dos sendas, son las ocho mujeres de 'El poema de Córdoba'. Cabezas poderosas, vibrantes de sugestión; cabezas de posadilla, de pómulos lívidos, de labios herméticos, de ojos inmensos tenebrosos, febriles; cabezas a las que un ignorado tormento dejó mudas; cabezas sin lengua que nos miran... nos miran... como si tuviesen algo espantoso que decirnos: una revelación, una profecía...".

Bueno, qué te ha parecido la lectura..., a mí maravillosamente emocionado sigo, tanto que la madrugada se convirtió en mediodía, y seguía leyendo la novela escrita por Eduardo Zamacois, que a través del blog de Hotel Viento 10 (Ronquillo Briceño, 10, 14002, Córdoba), reencontré, si increíblemente cierto. Cuando esta tarde vuelva a encontrarme con Rafaé y Eustaquio en el Patio de Los Naranjos se lo voy a contar 'clavo a clavo', estoy en lo cierto que ellos lo saben casi todo de la Familia Romero de Torres. Estoy nervioso, propondré ir al Hotel Viento 10 para felicitarlos en relación a este 'descubrimiento', sigo en la tablet leyendo este libro titulado 'De Córdoba a Alcázarquivir: tipos y paisajes de Andalucia y de Marruecos, 1915-1921'.

Y nos preguntamos ¿quién es Eduardo Zamacois?... fui a la Wikipedia, y estuve leyendo artículos en prensa, destacando uno aparecido en El Mundo, donde dice: "Eduardo Zamacois en el Limbo del Olvido. Novelista, editor, periodista, memorialista y director de cine, la Fundación Santander reedita los ensayos -con documentos inéditos- de este bohemio y heterodoxo personaje nacido en Cuba en 1873, que vivió en España, México, EEUU y Argentina dejando una extensa obra desconocida para las nuevas generaciones".

En el citado artículo aparecen unas fotografías relativas a la relación estrecha con Julio y Enrique Romero de Torres, incluso fueron sus 'cicerones' en una visita a Córdoba en 1920 con la misión de conocer la ciudad para realizar una película cinematográfica. En el momento de leer esta información, me dirigí al Archivo Digital Julio Romero de Torres del Ayutamiento de Córdoba, encontrando 15 registros a cual más interesante. Esto es para otra investigación...

*El término 'panós', alude a paneles. Procede del francés paneaux, que aquí se ha castellanizado transformándose en un galicismo ya en desuso. Nota del editor.